Aspirina para el Alma: Con Fe y Propósito en Cada Paso del Camino

POR: Anabella Piter

Biológicamente, mi vientre solo tuvo un huésped, un individuo tan genial que después de habitar 9 meses ese espacio, lo dejó tan pleno que no hubo espacio para nadie más. Las condiciones, los contextos, los amores no se conjuntaron para que yo pudiera ser mamá otra vez. Sin embargo, el universo es tan diligente y maravilloso que el espacio que mi alma albergaba para recibir a esas hijas deseadas que no tuve se ha ido llenando. La sangre está sobrevalorada. 

La sangre no une siempre, los vínculos y los momentos que los van bordando, ¡esos sí! Esos que unen a las almas, compartan la misma sangre o no. Esas hijas de alma, no de sangre, han ido apareciendo y enriqueciendo mi vida de maneras inimaginables, ya que cada una de ellas, con su unicidad y su forma particular de ver la vida, me ha regalado momentos de los que cualquier madre estaría deseosa de vivir. 

Este escrito va dedicado en especial a una de ellas que me inspira a plasmar mi ser en estos pequeños garabatos negros llamados palabras. No intento escribir tan bien como ella lo hace, pero si algo es seguro es que esta reflexión va dedicada a ella y mis otras hijas de alma.

La fe que hay en nuestro corazón por encontrar a ese individuo que dentro de su imperfección será el perfecto para nosotras, parece desvanecerse en cada “Adiós” que no esperábamos, en cada silencio, en cada espera… Y surge la pregunta ¿Qué carajos pasó? Parecía que había conexión, intimidad, agudeza mental, diversión y todos los ingredientes para que esta relación cuajara. 

Entendemos que cuando un hombre y una mujer “se acuestan” biológicamente, hormonalmente, los hombres y las mujeres manejamos de manera diferente el mismo suceso y mientras los neurotransmisores de ella dicen “al fin”, los neurotransmisores de él dicen “distancia por favor”.

No quiero hacer un rollo logoterapéutico ni filosófico. Solo me gustaría recordarte que según la logoterapia tenemos 3 dimensiones: la física, la biológica y la noética, que tiene que ver con esa parte existencial, no religiosa, que vive en menos del 5% de nuestra mente, en la conciencia y que hace que la vida tenga sentido.

Como seres vivientes estamos cargados de información genética desde las cavernas y muchos programas corren en nuestra mente inconsciente, que ocupa poco más del 95% restante de nuestra mente. Te pregunto, si estuviéramos en las cavernas, ¿qué nos convendría más? ¿Tener miedo a un Smilodon “dientes de sable” y tomar todas las precauciones para no morir en sus garras o la otra opción sería: no temerle y que un día, en el descuido, ¿nos tomara por sorpresa y nos comiera? Lógicamente, la primera opción, la de pensar todo lo malo que puede pasar para evitarlo; estar alerta y huir, pelear o hacerme el muerto en caso de un ataque, será lo que podría ayudar a vivir. 

Algo crucial que me ha enseñado la logoterapia es que la dimensión biológica y la dimensión noética no se rigen por los mismos principios y lo que es bueno en una dimensión no lo es necesariamente para la otra. Así que salirse de los programas instalados en nuestra mente subconsciente que ocupan el 95% y corren a velocidades ultra mega rápidas para entrar en la mente consciente que es una tortuguita en relación con la primera, pues es un verdadero reto. Aquietar todo lo que sucede de manera involuntaria en nuestro cuerpo, para tomar consciencia requiere de tiempo y de muchas horas de meditación.

Somos un conjunto de funciones biológicas regidas por secreciones hormonales, neuropéptidos: oxitocina, dopamina, adrenalina y con estas diferencias de tamaño entre los hipocampos y amígdalas masculinas y femeninas parece que hay que aceptar que por la testosterona el hombre la tiene fácil para no engancharse y soltar. 

En esta parte quisiera retomar la tridimensionalidad de la persona: somos cuerpo que nos condiciona con sus hormonas y órganos, somos mente que nos condiciona con todos esos mandatos parentales e interpretaciones de la realidad. Pero somos algo más, las dos dimensiones anteriores nos condicionan, es cierto: pero no nos determinan. A pesar de esos chorros de adrenalina o de cortisol, el poder de oposición de la conciencia puede brincarlos. ¡Somos algo más! Está nuestra existencia que nos hace propiamente humanos, somos los únicos seres capaces de sonrojarnos, somos la única especie que practica el erotismo, cuando mira a los ojos de otro, interpreta y puede tener esperanza.

Pero, al leer este recuerdo, la analogía de Frankl quien dice que la vida de una persona es como un avión: puede pasar el tiempo rodando por la pista, moviéndose de un lado a otro, pero eso no lo hace realmente un avión. ¿Sabes por qué? Porque los autos también hacen eso, ¡y no son aviones! Un avión se define realmente cuando decide despegar, elevarse sobre la tierra y desafiar el cielo. Es en ese momento cuando cumple su propósito, cuando alcanza su verdadera esencia.

El enamoramiento puede ser adictivo, hay un motón de hormonas disparándose que nos hacen sentir estúpidamente bien, podríamos quedarnos ahí para siempre, ya que la sensación es buenísima. Pero el cuerpo se habitúa y se desensibiliza y poco a poco desaparece. 

 Ahí surge la necesidad de iniciar otro enamoramiento y así una y otra vez. 

Cuando me preguntaste ¿Qué pasa, por qué “eso” que parecía lo correcto, lo indicado se detiene? Él lo detiene. El compromiso suena tan lejano y tan poco combinable con el deseo de libertad. Pero en realidad considero que la percepción está turbia.

El verdadero amor va más allá de la superficie. Es una elección consciente de ir más profundo, de construir una conexión significativa que trascienda el tiempo.

El enamoramiento es andar en auto, es vivir en la parte más biológica y mental, que nos condiciona, pero no nos determina. No somos carros, podemos volar. Pero el “tomar vuelo para poder elevarse” eso solo se logra desde lo existencial.

Aunque la relación se termine, siempre hay algo que agradecer, no importa si el “encuentro” fue corto o largo, siempre hay legado y aprendizaje para agradecer. Dicen los que saben que de lo que más se arrepiente un ser humano al partir de este mundo es de lo que no hizo, no dijo, de los riesgos que no tomó. Así que si algo he aprendido es que guardar el ego en un cajón puede ayudar a no quedarte jamás con un “te quiero” o un “gracias” que le pertenecía al otro, aunque no forme más parte de tu vida. 

Si algo he aprendido es que la amabilidad y la gentileza son ingredientes esenciales desde el inicio hasta el cierre. Si el otro no lo da, no dejes de darlo tú… eso siempre da paz. 

Cuando tengas un halago o una palabra amable para el otro, no te la guardes. No significa que quieres regresar, solo que esa energía vibracional positiva que generaste para él le pertenece, y si la detienes no suma. Si se la envías ya decidirá él si la recibe desde el ego o desde su existencialidad y aunque momentáneamente se reciba con el ego de primera mano, la maravilla de la dimensión espiritual es que es asincrónica y no lineal. Es decir, en algún momento de su vida la recibirá y entenderá su origen y lo podrá sostener en su corazón y tal vez eso suceda muchos años después, en algún punto o momento donde lo necesite. No necesitas saberlo tú, pero siempre se acomoda en la vibración correspondiente.

Un compromiso no implica permanecer siempre en un lugar o con una persona en una relación, sino que el tiempo que dure dicha interacción sea genuina y llena de sentido. El precio de vivir en el enamoramiento nos quita la posibilidad de sentir “eso tan maravilloso” que da la conexión profunda, que nos hace volar en ese avión tan alto como para ver la curvatura de la tierra.

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